La noche del viernes 26 de septiembre, un estruendo estremeció el norte de Guayaquil. Un coche bomba explotó en los exteriores de la cárcel Regional, parte del complejo penitenciario más peligroso del país. El estallido, ocurrido cerca de las 20:15, se escuchó a varios kilómetros de distancia y desató el miedo entre los habitantes de la zona.
Militares, bomberos y policías llegaron de inmediato al sitio, mientras la Agencia de Tránsito y Movilidad (ATM) ordenó el cierre de la Vía a Daule en ambos sentidos. La fuerza pública confirmó que, solo 24 horas antes, en el mismo penal hubo dos intentos de amotinamiento que dejaron un recluso muerto, evidenciando la tensión que se vive dentro de los muros.
Este atentado no es un hecho aislado. Desde el lunes 22 de septiembre, Ecuador atraviesa una nueva escalada de violencia carcelaria:
- En Machala, 15 presos y un guía penitenciario fueron asesinados.
- En Guayaquil, el director de la cárcel de máxima seguridad La Roca sufrió un atentado del que logró salir con vida.
- En Esmeraldas, apenas ayer, 17 reclusos fueron masacrados dentro del centro penitenciario.
La empresa municipal Segura EP confirmó que colabora con las investigaciones, pero el clima de inseguridad aumenta. La ola criminal en los penales del país deja una señal clara: las cárceles ecuatorianas siguen siendo epicentro de violencia, y la guerra por el poder detrás de las rejas parece no tener freno.
